Dia 3 d'octubre el Papa Francesc obria l'Assemblea dels Bisbes dedicada als joves. Reproduïm un fragment de les seves paraules inicials.

Hermanos y hermanas: Que el Sínodo despierte nuestros corazones. El presente, también el de la Iglesia, aparece lleno de trabajos, problemas y cargas. Pero la fe nos dice que es también kairos, en el que el Señor viene a nuestro encuentro para amarnos y llamarnos a la plenitud de la vida. El futuro no es una amenaza que hay que temer, sino el tiempo que el Señor nos promete para que podamos experimentar la comunión con él, con nuestros hermanos y con toda la creación. Necesitamos redescubrir las razones de nuestra esperanza y sobre todo transmitirlas a los jóvenes, que tienen sed de esperanza, como bien afirmó el Concilio Vaticano II: «Podemos pensar, con razón que el porvenir de la humanidad está en manos de aquellos sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Cost. Past., Gaudium et Spes, 31).

El encuentro entre generaciones puede ser extremadamente fructífero para generar esperanza. El profeta Joel nos los enseña –lo recordé también a los jóvenes de la reunión pre-sinodal– en esa que considero la profecía de nuestro tiempo: «Vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones» (3,1), y profetizarán.

No hay necesidad de sofisticados argumentos teológicos para mostrar nuestro deber de ayudar al mundo contemporáneo a caminar hacia el reino de Dios, sin falsas esperanzas y sin ver solo ruinas y problemas. En efecto, san Juan XXIII, hablando de las personas que valoran los hechos sin suficiente objetividad ni juicio prudente, dijo: «Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida» (Discurso pronunciado para la solemne apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962).

Por tanto, no hay que dejarse tentar por las «profecías de desgracias», ni gastar energías en «llevar cuenta de los fallos y echar en cara amarguras», hay que mantener los ojos fijos en el bien, que «a menudo no hace ruido, ni es tema de los blogs ni aparece en las primeras páginas», y no asustarse «ante las heridas de la carne de Cristo, causadas siempre por el pecado y con frecuencia por los hijos de la Iglesia» (cf. Discurso a los Obispos participantes en el curso promovido por la Congregación para los Obispos y para las Iglesias orientales, 13 septiembre, 2018).

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